La renuncia de las fuerzas vivas de Burgos a la construcción del bulevar de la discordia, constituye un hecho trascendente. Se trata de una victoria de la voluntad unida de los ciudadanos contra la casta político-económica que decide -en aras a sus intereses privados- lo que debe o no debe hacerse con los fondos públicos. A pesar de que la mayoría de los mass media tiendan a disminuir la importancia de lo sucedido, lo mismo que el informe policial, los sucesos de Burgos han constituido un verdadero punto de inflexión. Han sido una versión acelerada y felizmente resuelta de otras protestas similares, como la del Cabanyal de Valencia, que lleva más de una década plantando cara a los delirios faraónicos de Rita Barberá.
Da la impresión de que los gobernantes (de aquí y de afuera), esperan a que lleguen unos meses con buenas estadísticas, para dar por acabada una crisis que ellos no han padecido -en sus privilegiados palacios de cristal- y volver a lo de siempre bajo la coartada del "crecimiento". Pero nada volverá a ser lo mismo. La gente que ha sufrido, sufre y seguirá sufriendo durante años el desastre provocado por las políticas de recortes del estado del bienestar, no permanecerá impasible ante nuevos mangoneos. Al tiempo.
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