jueves, 24 de enero de 2013

ES LA HORA DE LA NOCHE


 No me consta que este país nuestro tenga de momento solución. No, y -como los pagos en B- no me consta que esta caterva de dirigentes políticos que nos gastamos se devane una neurona en mejorar algo que no sea su propio bienestar.

Lo que sí me consta es que se está cociendo la pócima perfecta para que surja un salvapatrias que se lleve de calle el favor del electorado ya no descontento sino iracundo.

Restaurar la confianza. Con esa premisa salían ufanos y convencidos primero en la campaña electoral y luego tras ganar unas elecciones que no ganaron, Mariano y sus adláteres. Restaurar la confianza era la medicina para que el desbocado caballo del paro frenara su locura. Restaurar la confianza era la clave para que los mercados dejaran de ensañarse. Restaurar la confianza era la clave para que la inversión  y el capital extranjeros volvieran o, al menos, no se fueran.

Hasta ahora parece que la restauración de la confianza recayó en peores manos que la restauración del Cristo de Borja.

Tan es así que no sólo se ha perdido más confianza en el exterior sino que la interna ha caído hasta niveles de temperatura siberiana. Como decía, todo parece confabularse para que de la tormenta perfecta de esta crisis económica, política y de valores intente surgir como un rayo un personaje añorante de Paquito o Adolfito con sus funestas ideas por bandera. Tal y como va la cosa no extrañaría en absoluto que no sólo el electorado ignorante sino que también mucho del inteligente  pero hastiado se embarque en una aventura semejante. En  Europa ya hay ejemplos hace tiempo, sólo que allí van creciendo sobre todo al abrigo de la xenofobia. Este tipo de personajes, punta de lanza de partidos ultras se nutren de la falta de credibilidad del pueblo hacia los políticos, digamos, tradicionales. También del aumento de la criminalidad y su falta de castigo. Aquí la criminalidad sin castigo ha tiempo que también contamina la política tradicional y hasta la corona. Por eso amanezco a diario temeroso de que un fenómeno imbuído por un autoconvencimiento de estar tocado por el dedo divino tome la iniciativa.

Los gobiernos autoritarios nacen de la ausencia de institucionalidad, y la nuestra es cada vez más endeble. Las juntas tóricas que separan nuestros tres poderes son cada vez más permeables (ciertamente que nunca han sido estancos entre ellos ni ejecutivo ni legislativo ni mucho menos el judicial partiendo de su cimiento que es la forma en que es elegido).

Aquí ya no sabemos en quien confiar, hasta punto tal que ya no confío ni en mí mismo, ya que el anteriormente citado temor propio al surgimiento de un mesías radical a veces no me parecería mala idea, a ver si (¿de una puta vez puede haber algo que nos aglutine?) ese sería el elemento que nos aglutinara en su contra.  Y es que ya ni las tragedias nos unen. Muy al contrario, nos sirven para separarnos aún más. Ni las naturales (véase terremoto de Lorca) ni las mezcla de naturales con provocadas (véase Prestige) ni las terroristas (Véase 11 M) ni siquiera las provocadas por la avaricia (Madrid Arena). Así que ni en eso, ni en el obligado apoyo entre vecinos para el resurgir común de unas terribles cenizas podemos poner los huevos de nuestra esperanza: si un tsunami arrasara la península seguro que los supervivientes aprovechábamos para culpar al de al lado e intentar ahogarlo en los charcos que quedaran un año más tarde.

Releyendo el último párrafo acabo de darme cuenta de que he pasado de hablar en tercera del plural a primera del plural. Hasta ese punto me han contaminado.

Nosotros no somos ellos. Ellos son los que hemos elegido para que nos maldirijan y su comportamiento dista mucho del de, por ejemplo, el ciudadano que se echa a la calle para servir de escudo humano de un semejante al que ni siquiera conoce amenazado por la espada del desahucio.

Harto de acostarme cada noche con el enésimo escándalo pepero, ayer me despertaba con la noticia de que el sanedrín socialisto, hasta ahora casi incapaz de hacer un regate veía como uno de los suyos metía un gol en propia meta. Era un tal Mulas y lo marcó de tacón, haciendo honor a su nombre; una coz que se le coló por la escuadra al inútil arquero Rubalcaba. El equipo rojo, hace tiempo desteñido en rosa carmín lo tenía todo para remontar la clara desventaja en el marcador. Hasta los medios tradicionalmente afines al rival son los que últimamente  airean los trapos sucios de su vestuario (me  enorgullece mi profesión…a veces). Y entonces va y llega Mulas con sus Ideas y, torpe, trata de despejar el envenenado balón de su autochut diciendo que casi no conoce (“sólo la he visto una vez”) a la columnista fantasma a la que pagaba a precio de oro el caracter. Al día siguiente, para rematar la faena la mujer de Mulas dice que la columnista fantasma es ella y que Mulas no lo sabía (¿no que se había reunido con ella una vez?).

Esto ya de ópera bufa ha pasado a bodevil chiquitistaní, con los actores independentistas escupiendo a la grada y  dando codazos para pasar de secundarios a protagonistas y en el palco de este desvencijado teatro la familia real aplaudiendo con los pies y riendo con mueca torcida.  Para partirse si la cosa no fuera tan trágica para cientos de miles de familias. Cuando escribo esto leo la firma urdangariana de uno de esos correos que, guardados por su exsocio con inteligente y ladina astucia, ahora le  sirven de chantaje: “el Duque em Palma do” rubrica el tonto venido a demasiado listo que, como su autofirma delata, nunca dejó de ser un estúpido que un día vio ocasión de braguetazo para cobijarse bajo el sombrajo de un baobab monárquico al que las raíces se le mueven como nunca desde el colmillazo botswanés.

Acabo recordando las palabras que escribía no hace mucho mi amiga Margarita Cordero, una de las mentes más preclaras de esa isla una vez llamada La Española a la que amo con todas mis fuerzas: “Mas la memoria, dice Juan Delval citado por Fernando Savater en El valor de educar, es “un sistema muy activo de reelaboración de la experiencia pasada, siempre que lo recordado tenga algún significado. Recuerdo y comprensión son indisociables”.

La memoria, entonces, debe servir para algo. Debe ser útil tanto a los actores de los hechos como a quienes, desde las gradas del desencanto, contemplan con pena en la mirada el proceder elefantino de los aspirantes a regir nuestro destino colectivo. Y debe ser útil también a aquellos en los que la rabia leva con la levadura del descaro ajeno.

Hagamos memoria, pues, para poder comprender”

Nunca es más negra la noche que justo antes de amanecer, y la memoria nos dice que si no hacemos memoria  en esta España nuestra la noche aún puede ser mucho más negra de lo que es ahora.

laklle@hotmail.com

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